En el marco del encuentro internacional sobre desarme titulada “Perspectivas para un mundo libre de armas nucleares y para un desarme integral” que organizó el Vaticano el 10 y 11 de noviembre de 2017, que reunió a 11 Premios Nobel de la Paz, el Premio Nobel argentino, Adolfo Pérez Esquivel, expuso ante la audiencia su mirada sobre la temática desde una perspectiva latinoamericana. Aquí el resumen de su discurso:
Por el desarme de la injusticia
Estamos frente a grandes desafíos en el siglo XXI. El fin de la guerra fría parecía ofrecer la posibilidad de una significativa reducción de los gastos de defensa, que podían eventualmente ser usados para la reestructuración de un orden internacional más equitativo entre los países del Norte, capitalista desarrollado y los países del Sur subdesarrollo y dependiente.
Una visión idílica e ingenua del proceso de globalización auguraba que los procesos de integración de bloques regionales tendían a desactivar viejas amenazas e hipótesis de conflictos, hecho que favorecía la reducción de los gastos en defensa y en particular de los destinados a la producción de armamentos.
El nuevo orden internacional, o mejor dicho el orden de injusticias institucionalizado, ha generado un contexto de mayor incertidumbre y de menor capacidad de regular conflictos nacionales y regionales que pueden detonar y en muchos casos derivaron en intervenciones militares lideradas por las grandes potencias.
Las intervenciones militares contra Irak permiten evaluar las injerencias de las grandes potencias en la destrucción de un país. He estado en Irak después de la operación Tormenta del Desierto y he visto en refugios antiaéreos las imágenes de población civil que fueron desintegradas por misiles y sus sombras quedaron impresas en las paredes.
Fueron bombardeos perpetrados en nombre de la “democracia”, al igual que en la ex Yugoslavia y en Afganistán, donde incorporaron en la construcción de las bombas, uranio empobrecido que tiene un impacto residual prolongado en el tiempo y generan un alto impacto en la salud y un daño ecológico irreversible. La prohibición de armas con uranio empobrecido es todavía un tema pendiente.
Ciertamente que los regímenes dictatoriales preexistentes a dichas intervenciones eran objeto de fuertes cuestionamientos por violaciones a los derechos humanos, pero dicha situación no justifica las invasiones militares y menos el uso de esos escenarios bélicos para el desarrollo de armamentos con poder cada vez más destructivos.
Los gastos en defensa se han incrementado, y los crecientes déficits fiscales y las crisis financieras no han tenido mayor impacto en afectar esa progresión. Esto no es casual, las ganancias obtenidas del sistema financiero y productivo se derivan en gran medida al sistema tecnológico militar, la industria bélica y la carrera armamentista, no va al desarrollo y la distribución de ingresos. El armamento nuclear refuerza esta lógica y hoy tenemos un panorama cada día más preocupante. Bien lo expresó el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Sí, al referirse al conocimiento y el poder que adquieren ciertas tecnologías, como la nuclear, que otorgan “ un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo”
Las expectativas de integración y cooperación económica que impulsarían los procesos de globalización terminaron evidenciando su verdadera faz en la defensa de la tasa de ganancia de las transnacionales. La libertad de comercio, la apertura económica, vinieron así aseguradas por el expansionismo militar, y al crecimiento geométrico del gasto en la carrera armamentista, en desmedro del bienestar de los pueblos.
¿Qué podemos hacer frente a esto?
En el terreno de la denuncia y movilización internacional, urge fortalecer en las luchas actuales una perspectiva de reducción de la producción de armamentos y de los gastos militares.
Hoy los organismos multilaterales de regulación, o no existen, como en el caso de las finanzas, o son débiles o insuficientes, como en los sistemas de seguridad, como para resolver conflictos. El desafío para prevenir y resolver las causas de viejos y nuevos conflictos, es avanzar en el desarme de la injusticia. Para alcanzar ese objetivo, debemos construir coaliciones sociales con capacidad de incidencia institucional, para involucrar a los estados en construir un nuevo orden institucional internacional democrático, igualitario y justo.
El desafío de los organismos multilaterales es poder incrementar su capacidad de regular y resolver conflictos. Los tratados internacionales de control de armamentos, como el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), constituyen instancias de construcción de legitimidad internacional en favor de un mayor control, prohibición de armamentos, de progresivo desarme y uso pacífico de la energía nuclear.
Numerosos países suelen adherir a estos tratados que fijan un derrotero común a seguir, aunque en cierto momento presentan una suerte de a-mesetamiento y menor capacidad de regulación y resolución de problemas. En estos casos se presenta el desafío de reforzar iniciativas multilaterales y regionales que permitan modificar las percepciones de amenaza y favorecer estrategias de construcción de confianza mutua, que permitan avanzar en soluciones más de fondo. En este sentido, las iniciativas regionales han realizado aportes significativos, como es el Tratado para la Prohibición de Armas Nucleares en América Latina y el Caribe -conocido como Tratado de Tlatelolco- que establece la desnuclearización del territorio de América Latina y el Caribe.
Las iniciativas por la declaración de “zonas de paz y libre de armamentos nucleares”, son parte integrante central de una estrategia global de lucha por la paz. Procuran favorecer la confianza mutua y la seguridad colectiva, de modo de evitar un escalamiento de la presencia de las grandes potencias en zonas pasibles de disputa hegemónica.
Quisiera señalar diversas iniciativas en la que participamos como fue la Comisión Sudamericana para la Paz, la Seguridad Regional y la Democracia, creada en abril de 1987 que tempranamente planteo la propuesta de crear una Zona de Paz en América del Sur.
Los gobiernos latinoamericanos impulsaron la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) que ha avanzado en la elaboración de políticas comunes de defensa y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), como organismos que hoy representan a “Nuestra América” para resolver conflictos e impulsar políticas comunes de desarrollo. De esta manera, en 2014, América Latina y el Caribe fue declarada como “Zona de Paz” en la histórica Declaración de la Habana de la CELAC, luego de fuera imposible realizarlo para todas las américas en el marco de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la Conferencia de Ministros de Defensa de las América del 2012, donde tanto Estados Unidos como Canadá, se opusieron a esta iniciativa.
Y esa oposición no es casual, el Reino Unido ha consolidado una base militar en las Islas Malvinas en el Atlántico Sur, que representa una presencia injustificada y desproporcionada extra OTAN que amenaza la seguridad regional. Esta amenaza es reforzada por la presencia de submarinos a propulsión nuclear, con capacidad de portar armamentos nucleares que violan tratados internacionales que establecen que esta zona debe estar desnuclearizada.
En suma, los tratados internacionales y regionales que postulan objetivos de prohibición de armamentos, desarme, zonas de paz, son instancias que disponen de un conjunto de instituciones y reglas, que aportan a “balizar” el camino para la resolución pacífica de los conflictos, no obstante presentan según los casos, debilidades y limitaciones en su capacidad para intervenir en la resolución de conflictos para que actores estratégicos con capacidad de incidencia y de veto, acepten participar en soluciones cooperativas y de desarme.
Frente a esta situación es indispensable el protagonismo de los Pueblos para reforzar el cumplimiento de esos Tratados, así como para ampliar e incorporar otras iniciativas complementarias y convergentes en favor de la paz, el desarrollo con justicia social y la democracia. Tenemos varias experiencias en este camino:
La Enciclica Pacem in Terris, del Papa Juan XXIII planteaba que: Los pueblos viven bajo el temor por las continuas guerras, conflictos armados en diversas regiones del mundo y el aumento de las armas nucleares que ponen en riesgo la vida de los pueblos y el sistema planetario y hace un llamado a la conciencia de los pueblos para exigir urgentemente “ que cese ya la carrera armamentista que, de un lado y del otro,- reclama que las naciones que las poseen las reduzcan simultáneamente, que se prohíban armas atómicas…” El Papa Juan XXIII señalaba esto en 1963, debemos preguntarnos que se hizo en estos años y donde está la humanidad en el presente.
El Foro Social Mundial, ha sido un faro para enfrentar las políticas neoliberales, los tratados de libre comercio y el accionar del sistema financiero internacional y las grandes corporaciones transnacionales, la carrera armamentista, todos ellos responsables del sometimiento y explotación de nuestros pueblos. Desde allí se gestó la esperanza de que “Otro Mundo es Posible” para el desarrollo de numerosos movimientos populares
Frente al desafío del cambio climático, existen instancias de coordinación como las que convocó el Estado Plurinacional de Bolivia, donde movimientos sociales de todo el mundo, explicitamos con claridad que el problema del cambio climático, es la vigencia de un sistema de expoliación y depredación que amenaza hoy la supervivencia del planeta. Está plataforma ha renovado esperanzas por el “Buen Vivir”, esto es otras formas de desarrollo adaptadas a nuestras realidades.
También podemos destacar las propuestas de las Centrales Sindicales del mundo, por la Democratización de la Energía, donde se avanza entre urgencias cada vez más crecientes, en el reconocimiento del acceso a la energía como derecho humano, a la vez de desarrollar fuentes alternativas de generación de energía limpias y renovables en la búsqueda de otros modos de producción y desarrollo.
La Campaña por la Abolición de las Armas Nucleares galardonada el presente año con el Nobel de la Paz de 2017, constituye un excelente ejemplo de una iniciativa gestada desde la sociedad civil, que articula con gobiernos dispuestos a liderar un Tratado de Prohibición de Armas Nucleares. Aunque los principales países que disponen de armamento nuclear se opongan a la prohibición, el Tratado señala el derrotero a seguir y contribuye a presionar para que avancen tratados multilaterales de reducción y supresión de estas armas de destrucción masiva.
Los pueblos tenemos nuestras instancias de diálogo y coordinación, podremos tener diferencias dada la pluralidad de expresiones que se manifiestan en las sociedades civiles de cada país, pero en general nos ponemos de acuerdo.
El desafío principal, es cómo potenciar formas de cooperación, iniciativas de desarme cuando las potencias dominantes no hacen más que provocar, herir y expoliar a los pueblos del mundo. Y en particular la principal potencia, EEUU a quien se le asigna el liderazgo del multilateralismo, aparece hoy día embarcada en iniciativas de provocación permanente y, diríamos en nuestro barrio, “pateando el tablero” de los organismos multilaterales para resideñarlos más aún a su imagen y semejanza.
Asistimos recientemente a una escalada de amenazas entre Corea del Norte y Estados Unidos. El preocupante desarrollo de armamento nuclear y misiles de largo alcance por parte de Corea del Norte, como la creciente intervención de EEUU en maniobras militares en la región asiática, ha llevado al actual presidente de los Estados Unidos a plantear la amenaza de destrucción total de Corea del Norte. Que la mayor potencia del planeta amenace con el exterminio de un país, representa una gravedad inusitada que altera y amenaza todo el orden de convivencia gestado desde Naciones Unidas.
Frente a esta situación varios Premios Nobeles hemos llamado al Diálogo pacífico entre los Estados Unidos y Corea del Norte, solicitando al Secretario General de las Naciones Unidas que se despliegue una estrategia proactiva de negociaciones, para trabajar en acuerdos de no agresión que congelamiento de ensayo nucleares y no realización de ejercicios militares, entre otras medidas que permitan construir acuerdos de paz y eviten escaladas de amenazas y agresiones.
El sistema multilateral presenta dificultades de regulación de los conflictos, cualquiera sea el tema que aborde. Las luchas por la protección de los derechos de las personas y de los pueblos, la defensa del medio ambiente, los procesos de desarme y la justicia requiere multiplicar del protagonismo de los pueblos en todos los terrenos posibles. Los resultados no están asegurados, pero si no lo intentamos podemos terminar siendo cómplices de un orden globalizado que bajo nuevos ropajes persiste en mantener un desorden de injusticias institucionalizadas. Los desafíos hacia dónde va la humanidad está en la decisión de los pueblos en dejar de ser espectadores y asumirse como protagonistas y constructores de su propia vida y de su propia historia.