El día 24 de marzo es una fecha de reflexión y memoria, sobre el dolor y la resistencia del pueblo argentino frente a la dictadura militar que asoló al país y a todo el continente latinoamericano.
En otro 24 de marzo, del año 1980, un hecho doloroso sacudió a la iglesia y al pueblo salvadoreño: el asesinato de Monseñor Oscar Romero, Arzobispo de San Salvador, mientras celebraba la Eucaristía. Un profeta de Nuestra América, hoy beato, cuya voz clara denunció la violencia y los atropellos contra el pueblo, que la dictadura quiso silenciar pero no pudo. Sus homilías penetraron en la mente y el corazón de los salvadoreños, que encontraron en la voz de su pastor la palabra liberadora y sanadora del Evangelio.
Romero fue coherente entre el decir y el hacer, abrazó con coraje la cruz sin claudicar a las amenazas y fiel a su pueblo, asumió la decisión de denunciar las graves violaciones de los derechos humanos desde la Catedral del Salvador. Sus homilías fueron cátedra de vida y esperanza a la luz del Evangelio, cada una de sus palabras caminaban y eran esperadas en las casas, las calles, el campo, montes y sierra, como el agua fresca que recrea el espíritu.
Monseñor Romero vivió el dolor y la incomprensión de sus pares y del Vaticano, lo identificaban como integrante de la teología de la liberación por los sectores conservadores y del gobierno salvadoreño, a quienes las denuncias del obispo irritaban mientras imponían el terror y se ocultaban en las sombras de la impunidad.
El Amor a Dios y a su pueblo fortalecieron su acción pastoral, nunca dudó cual era su lugar junto a los más pobres y necesitados. Puso el Amor en acción y fue su fuerza profética que lo llevó a abrazar la cruz y dar su vida para dar vida.
Frente a las amenazas de muerte decía: “si me matan resucitaré en mi pueblo”, como la semilla que muere para dar nueva vida y multiplicar los frutos. Gustavo Gutiérrez nos señala que: “Tratándose de espiritualidad hay que‘saber beber en su propio pozo‘, es el punto de partida del seguimiento de Jesús que está en nuestra propia experiencia. El agua que brota de él nos limpia de viejos aspectos de nuestro modo de ser cristianos, pero al mismo tiempo fertiliza nuestra tierra”. En su caminar, Monseñor Romero fue descubriendo el rostro de Nuestro Señor en el pueblo salvadoreño y tuvo la conversión del corazón en la comunidad, en la aventura colectiva de ser parte espiritual, social y cultural de su pueblo.
Su martirio, como de muchos otros cristianos y no cristianos en el Salvador, da vida a la comunidad. A 36 años de su asesinato su voz permanece entre nosotros.
Siguiendo a Gustavo Gutiérrez: “En América Latina crece un movimiento de solidaridad -de ejercicio concreto de la caridad- que da fuerza histórica a los pobres y es conciente de su dimensión universal”.
El Papa Francisco supo ver el caminar del hermano Oscar Romero, su compromiso y sacrificio en la esperanza de Jesús, en su lucha por la Paz y la dignidad de los pueblos. Y viajó a El Salvador para beatificarlo.
Hemos acompañado a Monseñor Romero y a otros hermanos y hermanas desde el Evangelio, en la oración y compromiso que fertilizan las semillas de vida.
Ese otro 24 de Marzo permanece en la mente y el corazón de nuestra América, en el ayer y el hoy de los pueblos que viven la fuerza de la Esperanza en la voz profética de Monseñor Romero de América.
Adolfo Pérez Esquivel